Manifiesto Personal de Fabian: Un Canto al Nihilismo y los psicotrópicos.
I. El Despertar del Vacío
Desde que tengo memoria, la vida me ha revelado su naturaleza vacía y sin sentido. Desde la niñez, la sociedad me ha tratado de adoctrinar, enseñándome valores y propósitos que nunca me resonaron como verdaderos. Desde la cuna de mi consciencia, he sentido el peso de una existencia sin propósito. La sociedad, con sus normas y expectativas, se presenta como un gigantesco teatro en el que todos actúan sus roles sin cuestionar el guion. Yo, Fabian, me niego a participar en esta farsa. La vida, en su esencia más cruda, carece de un sentido inherente. ¿Para qué luchar, esforzarse o amar si al final todos terminamos en el mismo abismo insondable del olvido? ¿Por qué seguir el rebaño de ilusiones que nos llevan a una complacencia falsa y temporal?
II. La Ilusión de la Moralidad
La moralidad, ese conjunto de reglas inventadas por mentes temerosas, no es más que una cadena que limita nuestra verdadera naturaleza. La sociedad nos vende la idea de lo correcto y lo incorrecto, pero ¿quién decide qué es eso? Las masas, en su ignorancia, aceptan sin cuestionar, pero yo veo más allá. Veo la arbitrariedad de estas construcciones y me burlo de su fragilidad. No hay un bien ni un mal absoluto; todo es relativo, todo es vacío. La moralidad no es más que un espejo de nuestras propias debilidades y temores, una estructura construida para hacernos sentir seguros en un universo que no ofrece seguridad alguna. La moralidad es una muleta para los que no pueden soportar la verdad de su propia insignificancia.
III. La Futilidad del Esfuerzo Humano
Nos dicen que debemos trabajar duro, que debemos aspirar a grandes cosas, pero ¿para qué? Todo esfuerzo es en vano cuando la muerte es la única certeza. Los logros, los títulos, las riquezas, todo se desmorona con el tiempo. La historia está llena de nombres olvidados, de imperios caídos. Nuestra existencia es efímera, y cualquier intento de trascendencia es un acto desesperado de una mente que no puede aceptar su insignificancia. Las conquistas humanas no son más que castillos de arena a la orilla de un mar implacable que, tarde o temprano, borrará todo rastro de nuestra existencia. Trabajar, luchar, esforzarse, todo parece una danza macabra alrededor de la certeza inevitable de nuestra desaparición.
IV. El Desprecio por la Sociedad
La sociedad no es más que una prisión dorada. Nos adoctrina desde pequeños, nos moldea según sus intereses, y luego nos deja envejecer y morir en la monotonía. Aplaudimos a quienes se conforman, a quienes siguen las reglas, mientras que los verdaderos visionarios, los que desafían el status quo, son relegados al ostracismo. Yo, Fabian, elijo ser un paria, un renegado. Rechazo las cadenas que intentan imponerme y camino solo, libre de ilusiones. Prefiero la soledad de mi propia compañía a la multitud de mentes cerradas. La sociedad es un ente opresor que devora la individualidad y perpetúa la mediocridad. En su rechazo, encuentro mi verdadera esencia, mi auténtica libertad.
V. La Aceptación del Absurdo
La vida no tiene sentido, y eso está bien. La belleza del nihilismo radica en la aceptación de esta verdad. Sin un propósito predefinido, somos libres de crear nuestro propio significado, aunque este sea efímero y personal. Al final, todo se reduce a una elección: ¿vivir una mentira cómoda o enfrentar la brutal realidad del sin sentido? Yo elijo lo último. Prefiero la amarga verdad a la dulce ilusión. En la aceptación del absurdo, encontramos una forma de ser que no se aferra a las mentiras consoladoras, sino que abraza la realidad en toda su cruda magnificencia. El nihilismo no es una negación de la vida, sino una aceptación profunda de su naturaleza caótica y sin propósito.
VI. La Libertad en la Nada
Al abrazar el nihilismo, encontramos una libertad que la mayoría teme. Sin dioses que nos guíen, sin reglas que nos limiten, somos los verdaderos arquitectos de nuestra existencia. En la nada, encontramos la posibilidad infinita. En la ausencia de propósito, encontramos la oportunidad de ser auténticos, de vivir según nuestras propias reglas, aunque estas sean absurdas y cambiantes. En la nada, en el vacío absoluto, radica la única forma verdadera de libertad. No somos esclavos de ninguna idea preconcebida, de ningún destino impuesto. Somos, en el más puro sentido, los dueños de nuestro destino, aunque este destino sea efímero y fútil.
VII. Los psicotrópicos como Camino de iluminación:
En este viaje nihilista, encuentro los psicotrópicos una herramienta poderosa. La psilocibina, la nicotina, el LSD y otros agentes similares me permiten enfocar mi mente y desafiar la monotonía de la existencia cotidiana. Mientras que la sociedad puede condenar su uso, yo los abrazo como medios para elevar mi conciencia y trascender la banalidad diaria. Estos compuestos no son una escapatoria, sino una forma de intensificar mi percepción, de agudizar mi intelecto en la búsqueda de verdades que muchos temen enfrentar. En un mundo sin sentido, los psicotrópicos se convierten en mis aliados, proporcionándome la energía y la lucidez necesarias para navegar el absurdo con una mente clara y decidida, sin que me importe la opinión de los demás.